domingo, 24 de diciembre de 2023

No sé porque dejé de escribir.

Hola,

mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo.

No sé por qué. Es posible que ocurriera algún cambio en mi vida que transmutara mi forma de relacionarme con el mundo, llevándose mi capacidad de usar las palabras a un escondite dentro de mi mente.

Antes de la metamorfosis, había aprendido a ser gusano: a navegar a rastras por el mundo, a no poder llegar muy lejos y a estar en paz con ello, a rodearme de otros gusanos como yo, a destacar con mis talentos, a dar volteretas sin hacerme daño: en definitiva, un gusano conforme y feliz.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años.

Entre tanto gusano, llegó ante mi uno nuevo, que venía de tierras lejanas. Me habló de que nosotros, los gusanos, estamos destinados a cambiar -Con el tiempo descubriría que no todos lo hacemos al mismo tiempo, y que muchos no lo hacen nunca-.

Los meses posteriores se reflejan intensos en mi memoria. El cambio empezó su curso dentro de mí. Algo debajo de mi estómago empezó a crecer y a removerse. Era algo agradable, nuevo y atractivo. De repente muchas cosas empezaron a perder sentido, otras muchas que habían sido indispensables perdieron toda su importancia. 

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo.

Una mañana me desperté para encontrar un hilo blanco azulado asomando entre mis dientes y de pronto supe que ese lugar donde llevaba 25 años despertando ya no era mi hogar.
Mis entrañas me urgían salir corriendo para encontrar un sitio donde sacarlo, estirar de ese hilo hasta no poder más. Aquel otro gusano se encontraba igual, así que nos dimos la mano y fuimos juntos a buscar otro hogar.

Llegamos a un lugar hostil, lleno de otros gusanos. Gusanos extraños y llenos de espinas, bellos pero peligrosos. Agotados mentalmente y con la necesidad imperiosa de sacar esa seda de nuestros adentros, nos instalamos en un rincón, en aquel lugar que repelía mi presencia. Tumbados uno al lado del otro empezamos a enredarnos en esa seda que salía de nuestras bocas, hasta quedar enredados nuestros cuerpos y fundidos nuestros destinos.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo. Es un sentimiento extraño, extraña liberación.

Pasaron años así, ambos entrelazados en la mezcla de nuestras respectivas sedas, en un suave capullo gris azulado. A veces incómodo, sofocante y estrecho; otras veces se sentía como el lugar más cálido y seguro del mundo.

Sin esperarlo, el día en que ese capullo se quedó pequeño, llegó. Y después de una lucha agotadora, tanto con nosotros mismos como con el otro, rompimos la seda que nos había protegido del exterior durante años. La luz era cegadora. Y la ceguera que nos provocó duraría un largo tiempo.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo. Es un sentimiento extraño, extraña liberación. Cuanto más escribo, a pesar de ser solo unas líneas, más aumenta el cosquilleo en la punta de mis dedos. Lo echaba de menos.

Cuando pasó la ceguera, y después de curar algunas heridas que nos hicimos por no poder ver, nos miramos el uno al otro y quedamos mudos. Él tenía unas alas preciosas, color verde y rojo, como un dragón. Alas fuertes y con presencia que exudaban seguridad, acción, velocidad, pasión y calidez. Filtraban la luz de una manera que calentaba el corazón. Mis alas, en cambio, dibujaban en el ambiente un halo morado y azul iridiscente. Se percibía de ellas paz, sabiduría, paciencia, serenidad y brisa. La luz que atravesaba te arropaba con firmeza.

Viendo nuestras nuevas a apariencias, aun bebiéndonos con los ojos, descubrimos que la luz que se resultaba de juntar ambas era de un blanco puro y transparente, que transpiraba claridad y paz. La sombra que proyectaban nuestras recién descubiertas alas de mariposa era la de un corazón. Todo estaba a nuestro favor.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo. Es un sentimiento extraño, extraña liberación. Cuanto más escribo, a pesar de ser solo unas líneas, más aumenta el cosquilleo en la punta de mis dedos. Lo echaba de menos. Quizás nadie entenderá este texto, pero no es por eso por lo que escribo, ¿no?;

Tuvimos que aprender a volar. Sin ceguera y con esas alas tan bonitas no parecía que fuera a ser difícil. Pero es que casi nada es fácil. Moratones y alguna herida, que aun queda abierta, vientos y tormentas, depredadores y embaucadores. Finalmente aprendimos a volar y a sortear los obstáculos.

Planeando y con algunos vientos a favor, sobrevolamos una parcela, por épocas verde, amarilla y vibrante; y en otros períodos marrón, gris y mate. Esa parcela vacía debía ser nuestra.
Flores dulces, piedras sólidas, tierra mullida y la compañía de otros seres sin habla -que aman desinteresadamente mucho más de lo que las palabras pueden expresar-, un techo humilde.
Allí descendimos y limpiamos nuestras alas, pudiendo apreciar de nuevo el brillo que despedían. La paz del blanco al juntarse.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo. Es un sentimiento extraño, extraña liberación. Cuanto más escribo, a pesar de ser solo unas líneas, más aumenta el cosquilleo en la punta de mis dedos. Lo echaba de menos. Quizás nadie entenderá este texto, pero no es por eso por lo que escribo, -¿no?-, -No-. Es por el peso de las teclas al ser pulsadas y por las palabras escapando de mi cabeza, dejando espacio libre para que la tranquilidad -o felicidad- lo sustituya.

Esa parcela es nuestro hogar. El lugar al que volver cuando la borrasca azote al mundo. Cuando todo lo demás carezca de sentido y pierda el valor, puedo volver a casa, abrazarte y disfrutar del blanco puro que emanamos al estar juntos.

Estaba predestinado a cambiar. Estaba predestinado a convertirme en capullo para después poder encontrar mi verdadero hogar. Aprendí mucho de lo que tuve que prescindir para transmutar. Ahora ha llegado el momento de recuperar capacidades de aquel tiempo en el que la única manera de existir era arrastrarme por el mundo Ser un gusano es genial, pero ser mariposa es mejor.

Mi nombre es Raúl y hace casi 8 años que no escribo, el próximo abril hará 9 años. No me creo que esté escribiendo ahora mismo. Es un sentimiento extraño, extraña liberación. Cuanto más escribo, a pesar de ser solo unas líneas, más aumenta el cosquilleo en la punta de mis dedos. Lo echaba de menos. Quizás nadie entenderá este texto, pero no es por eso por lo que escribo, -¿no?-, -No-. Es por el peso de las teclas al ser pulsadas y por las palabras escapando de mi cabeza, dejando espacio libre para que la tranquilidad -o felicidad- lo sustituya. No quiero parar; y ese es un buen propósito de año nuevo -¿A qué si?-.


Feliz vida. Por lo pronto, feliz 2024.



RGB^^

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