martes, 12 de noviembre de 2013

Nunca he dejado de vivir aquí

Últimamente esos pedazos de mí, perdidos tiempo atrás, han regresado como flechas disparadas a gran velocidad, la mayoría dolorosas, otras cuantas con lecciones importantes y unas pocas regalándome un poco de la tan ansiada autoestima, tan escasa y tan necesaria.

Hace unos meses me sentía perdido, sin rumbo aparente, dejándome llevar por el viento y las olas.
Tenía una vida estructurada, con un futuro en el horizonte. Solo que construida sobre un mar de arena, que acabó cediendo, engullendolo todo y dejándome ahí, tirado en medio de un desierto, sin agua, sin sol ni luna, sin frío ni calor.
Estaba en medio de la nada, hundiéndome un poco más a cada paso que daba, tragando arena con cada bocanada de aire, ahogándome por momentos.

Entonces ocurrió. Cerré los ojos muy fuerte, me concentré y los vi volver. Los pedazos de mi vida, que ese mar de arena se había tragado, volaban de vuelta hacia mi, convertidos en agua, en sol y en luna, en frío y calor, en latidos, en sentimientos contradictorios, pero sentimientos, al fin y al cabo.
Abrí los ojos y ya no había arena. Me encontré en medio de una llanura, lisa, esperando a ser reformada por mi, sólo por mi, a mi antojo. El aire que allí se respiraba era puro, energético. Me dieron ganas de vivir, de esforzarme por construir algo allí, en aquella llanura de suelo firme.
Sólo tenia que asegurarme de construir con precaución, sin prisas, algo resistente, que aguantara vendavales y tormentas. Y contaba con la ilusión, el coraje y las lecciones suficientes para realizarlo.

Y así es como los pedazos de lo que un día fuiste tú emergen de las profundidades, vuelven, después de años, de los lugares donde se perdieron, dónde los dejaste, para converger de nuevo, formar otra vez ese "tú", un "tú" mejorado, sin inseguridades, sin miedos.
Ese "tú" que, al perder el norte, con solo cerrar los ojos y concentrarte sepas reanudar tu camino estando seguro de que nunca has dejado de vivir ahí, de pertenecer a ese lugar que se encuentra únicamente dentro de ti mismo.

Lo sorprendente es que cada trozo, cada uno de los fragmentos que se perdieron, que desechaste, vuelve con algo nuevo. Algunos con una lección, otros con un poco de amor propio, unos pocos con felicidad y muchos con fuerza, energía. Estos últimos, al unirse de nuevo al nuevo "tú", duelen. Pero es un dolor superficial que hay que saber torear para poder absorber la verdadera esencia, el verdadero mensaje que portan: ese soplo de aire fresco que nos da fuerza para ser mejor persona.

Ahora estoy seguro de que nunca he dejado de vivir aquí.

rgb^^

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