jueves, 12 de noviembre de 2015

Desde nuestra ventana

06:00am. Suena la primera alarma. El móvil emitiendo luz y sonido. Mis ojos, semi-abiertos, deseando no abrirse. Mis manos se reparten el trabajo: una hacia el botón de posponer alarma y la otra directa a su cintura. Mi boca guía a mi cabeza hacia su mejilla y a la vez que un lánguido hilillo de voz da los buenos dias y, como respuesta, sus labios repiten mis palabras y se encuentran con los mios.
Mis ojos se cierran de nuevo. Mi cabeza apoyada cómodamente en su pecho.

Suena la alarma. Asumo que no estoy soñando y con un esfuerzo sobrehumano me levanto, separándome de las cálidas sábanas que hemos calentado entre los dos, de su pecho y sus labios. Me pongo de pie, desnudo en todos los sentidos, expuesto al frío y la soledad de una madrugada demasiado temprana y una inminente carrera a través de un camino desconocido.

Me dirijo al lavabo a asearme, aún sin despertar del todo. No soy consciente aún de que en breve saldré de la comodidad de un abrazo cálido durante una noche fria para adentrarme en la soledad de la niebla al amanecer.

Vuelvo a la habitación, ya mas despierto. Agarro mi mochila, le beso, le abrazo, le vuelvo a besar. He de irme.
Cierro la puerta a mi espalda y bajo las escaleras. Abro la puerta a la calle y, tal como esperaba: niebla, frío.

Oigo un repiqueteo detrás de mi: Él saludandome desde la ventana, con una sonrisa dibujada en sus labios, despedida en sus ojos y un nudo en la garganta. Exactamente como yo.

Decido empezar a caminar. Un par de pasos, me vuelvo a girar. Solo veo la cortina. Él ya ha vuelto a la cama y ahora estoy solo. Me dirijo a la estación.

El pitido y el sonido de las puertecillas mecánicas al pasar mi tarjeta de metro a la entrada de la estación marcan el comienzo del fin.
Y después de todo fin hay un nuevo comienzo...

Rgb

viernes, 24 de julio de 2015

Ese fue el momento en que me enamoré

Siempre se me llenaba la boca diciendo que nunca jamás estaría con alguien a distancia. Que esas cosas eran imposibles de sustentar. Que se necesita un contacto físico para poder mantener sana una relación.

También es verdad que, hasta el momento, mis compañías sentimentales no me habían aportado nada más que eso: compañía. Y una simple compañía requiere, obviamente, de presencia física para ser efectiva.

Nunca coincidí con nadie con quien compartiera intereses o inquietudes. Compartía afecto, sí, pero siempre he tenido la sensación de que debía cortarme las alas para poder caminar de la mano con quien estaba a mi lado. A veces me las cortaba yo y muchas otras me obligaban o, peor aún, me las cortaban sin que me diera cuenta hasta que ya era demasiado tarde.

Por suerte, nunca he tenido problema en volver a hacer crecer esas alas, cada vez más fuertes y resistentes, y ponerme a volar, siempre un poco más lejos y más alto, alcanzando una vista más amplia y objetiva de lo que deseo y lo que no volveré a repetir. Ganado a cada paso más confianza en mi mismo.

Llegados a este punto, estaba preparado para cualquier cosa, menos para lo que sucedió...

Conocí a la persona que, lejos de cualquier indicio de esconder un "corta-alas", se preocupa de que estén sanas y me impulsen y no decaigan. 
Un chico brillante, con unas alas iguales a las mías, con una dirección clara y una energía alucinante.
Con unos intereses y una forma de vida muy similar a la que yo deseo para mí, hecho que ayuda a que no haya confusión ni freno a la confianza. 
Portador de valores y prioridades dignas de admiración y muestra de valentía, que yo nunca me atreví a adquirir nunca como mis propios principios por miedo a salir de la zona de confort.

Su aparición en mi vida fue totalmente casual, aunque llegó en el momento justo y en el lugar indicado. Una noche estrellada, en una terraza tomando cerveza, un paseo por la arena y una conversación de todo y nada durante horas. No hubo sexo, no hubo intención de nada más que de disfrutar de una compañía agradable y descubrir la esencia del otro.

El gran problema vino después de tres semanas y su marcha a otro país, a su casa. Vino a trabajar, me conoció, me prendé y se fue. 

Y ese podría ser el final de la historia, como la mayoría de historias de verano entre personas de diferentes lugares del mundo que se encuentran en una isla de sol, playa, fiesta y alcohol. 
Pero no, el mismo efecto que me causó el a mi pareció tener efecto viceversa.
Nos aferramos al hecho de que, por trabajo, volvía en un mes. Nos volveríamos a ver.

Me sorprendió tomando un avión mucho antes de lo planeado y plantándose en mi casa por 5 días. Días que, viéndolos ahora con distancia y cabeza fría, fueron posiblemente los mejores de mi vida.
En ese corto periodo de tiempo comprendí varias cosas: que lo que viví dos semanas atrás no había sido un espejismo, que la persona que compartía mi cama no era una simple compañía, y que quizás si era capaz de tragarme mis palabras y embarcarme en una relación a distancia.

Pasaron muchas cosas mágicas durante esos días, pero ocurrió algo muy especial: Una noche, llegué de trabajar y él me preparó la cena. Estábamos sentados en una escalera cuando de repente apareció un insecto. No sé muy bien que era, pero volaba. De pronto vi en sus ojos la mirada de un niño rogando en silencio que se fuera. Si, no le gustan los insectos, le dan miedo. Entonces ahí me vi, le pedí que aguantara unos segundos mi cena, me levanté y me libré de aquel maravilloso y oportuno insecto. 
Cuando me dí la vuelta y lo vi ahí sentado, mirándome con los ojos abiertos como platos, entre avergonzado y aliviado, suspirando por haberse librado del bicho...
Entonces estallé de risa. No me lo esperaba. ¿Miedo a los insectos?...
No me reía de él, ni muchísimo menos. Simplemente me di cuenta de que la situación me produjo el mismo sentimiento que cuando veo el final de una comedia romántica. Felicidad.

Ese fue el momento en que me enamoré. Tenía delante a un chico sencillo, humano, capaz de sentir y de expresar... 
Una persona con las ideas claras, ambiciones y, sobretodo, la necesidad de compartir todo eso con alguien.
Delante de mí había un chico exactamente igual que yo. Una persona que me daba la oportunidad de sólo sumar sin necesidad de renunciar a nada. Me abría las puertas a un amor que poder regar desde el aire, mientras volamos hacia nuestro destino, cada uno con sus propias alas, juntando fuerzas y dándonos la mano.

Ahora mismo, debido a circunstancias que no se pueden controlar estamos físicamente separados. Pero creo que nunca me he sentido tan cerca de alguien de este modo.

Nos lleve el tiempo que nos lleve, sea donde sea que esto termine, la huella que estamos dejando el uno en el otro durará para siempre. 

Yo confío en que todo va a salir bien. De algún modo siempre he pensado que todo pasa por alguna razón y que nuestro destino era encontrarnos.

R. Gelabert

martes, 6 de enero de 2015

Querido dos mil quince...

Hace unos días concluyó el año 2014.
He oído a todo el mundo hablando de deseos de cambio, de cosas a mejorar en sus vidas, de arrepentimientos y de "ojalá pudiera volver atrás y...".

Para mí, fueron los 365 días más turbulentos que he experimentado.
Durante ese año soñé más de mil y un proyectos, de los cuales solo algunos vieron la luz. Conocí personas maravillosas y otras no tan maravillosas. Tomé decisiones acertadas y otras no muy acertadas. Confié en talentos sin desarrollar que en alguna ocasión se olvidaron de mí y me hicieron tocar de nuevo con los pies en la tierra. Puse las cartas sobre la mesa en partidas de mi vida en las que nunca me había atrevido a tomar partido. En algunas gané y en otras perdí estrepitosamente, perdiendo todo lo que aposté...

Y siendo este un panorama para muchos aterrador, yo solo quiero pedirle al año que acaba de despegar que me lleve por la continuación del camino que recorrí mientras duró su antecesor; que siga abriéndome las puertas y dándome las claves para re-descubrirme día a día; que no me fallen las energías ni la ilusión por mis estudios y mi (¿porque no llamarlo ya así?) trabajo; que me acompañe la inocencia que ha estado conmigo hasta ahora para dejarme caer y así poder levantarme; que cada día requiera un nuevo esfuerzo que renueve mi hambre inagotable de aprender.

Obviamente, todo esto no puedo afrontarlo solo. Nadie puede afrontar la vida solo. Por ello le pido, por último, pero no menos importante, que no me falte el amor y la amistad verdaderas que he tenido a mi lado durante todo esta locura de recorrido. Aunque no lo diga nunca, tengo una familia y unos amigos que valen más que cualquier cosa. Me brindan el apoyo necesario, pese a mis formas con ellos, incondicional y gratuitamente, cosa sin la que no estaría donde y como estoy, cumpliendo mis sueños.

¡A trabajar!

Rgb!


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